miércoles, 6 de enero de 2016

Casi sin saber

Casi sin saber cómo o por qué,  acá estamos.  Y estás preguntas nos llevan tanto tiempo que rara vez llegamos a preguntarnos si había un para qué.

martes, 5 de enero de 2016

Besos añejados en roble


La importancia del timing y la maceración del amor en la era de la inmediatez.

Éramos amigos. Amigos de los buenos, de esos con quienes el tiempo no parece importar porque los cambios suceden en sintonía. Nos veíamos cada tanto, nos poníamos al día y luego quizás nos perdíamos un tiempo, sólo para que al reencontrarnos hubiera más cosas para contar.

Él era enólogo, pero ante todo, una persona inquieta. Compartíamos gustos, como hacer teatro o escribir. Tenía mi risa fácil, don de chistes tontos que encubrían su agudeza mental. Recuerdo que cuando nos dejamos de ver, hace unos cuatro años, él empezaba con “el Mendolotudo”, una parodia de diario online localista que le daba espacio para expresar su creatividad dialéctica.

Por qué exactamente dejamos de vernos era borroso para mí. Sabía que tenía que ver con que, después de mucho alarde amistoso, un día me confesó que estaba enamorado de mí incluso antes de hablarme. Si bien me molesté un poco por su falta de sinceridad, más nos apartamos porque yo empezaba a salir con quién luego sería el padre de mi hija. En esa época, tenía más novios que zapatos.

Después de años de seguirnos silenciosamente en facebook, lo contacté porque había empezado a escribir más asiduamente y quería ser parte del ya consolidado Mendolotudo. La mecánica servía muy bien a mis textos: el pseudónimo con que todos escribían me daba la libertad de relatar mis pornográficas desventuras amorosas sin exposición alguna. Él haría de mediador y editor.


Admitiré que me divertía de sobremanera el hecho de mandarle mis narraciones acompañadas de imágenes que no escatimaban en piel y lujuria. Su cabeza había de ser un hervidero de ratones. En el ir y venir del material, empezamos a intercambiar un poco, con la excusa de saber qué había sido de la vida del otro durante estos cuatro años.

Lo cierto es que besarlo siempre me quedó en la lista de pendientes. No podía entender, a la distancia, cómo alguien a quien quería y –sobre todo- con tamaña habilidad de hacerme reír, se había quedado sin probarme. Sospecho que nuestra diferencia de estatura minaba su seguridad a la hora de avanzarme. Si hubiera sabido cuantos hombres muy por debajo de sus estándares besé... y lamentablemente, no me refiero a estatura.

“Mala gestión de las oportunidades”, pensé. Pero a veces, simplemente, no es el momento.

Pasaron algunas semanas de chat hasta que propuso juntarnos personalmente. Hicimos un programa distendido, fuimos a escuchar un recital filarmónico a un parque. Yo ya había decidido que no reanudaría una falsa amistad, así que accedí sutilmente al galanteo cuando ofreció pasarme a buscar.

Fuera de la incomodidad que me generaba que supiera con detalle mi vida sexual del último tiempo, todo era igual que siempre entre los dos. Otra vez nos poníamos al día como si de ayer se tratase. Pero la realidad es que ambos habíamos hecho caminos intensos y estábamos más maduros en muchos aspectos. Él se había enfocado mucho en su trabajo, que quizás debería poner en plural pero por su modo de encararlo –todo junto y todo el día- parecía que era una sola actividad. Por mi parte, mi cambio más notable era sin dudas la maternidad, con la compasión y ternura que eso me sumó. Y quizás también, aunque dudo que él lo notara, la humildad que había cultivado del modo difícil.

Él había preparado una tabla de quesos y vino, en un encantador gesto de coqueteo enológico. Pero cuando le agradecí se excusó: “me encanta la comida”. Si bien hablábamos relajados había una pared muy sólida que impedía cualquier tipo de acercamiento físico. Hice de señorita y no desesperé. El fin de semana siguiente había una fiesta y seguro sería un ámbito más auspicioso.

Conté los días hasta ese viernes, viernes 13, para una fiesta que ensalzaba la temática de la mala suerte. Me vestí dando un mensaje claro de disponibilidad. Incluso sutilmente le pregunté si ir de tacos o no: hasta eso para simplificarle las cosas. Pero, como todo lo inalcanzable, a él le gustaba yo de 1.85m y eligió tacos. Petiso porfiado.

Estaban todos los miembros del staff del Mendolotudo. Me sugirió que no dijera que también escribía ahí, para resguardarme de varones ebrios que quisieran hacer presa de mí: mis historias ninfómanas sumadas al short y las piernas eternas iban a ser un incentivo muy difícil de apaciguar. Me presentó como una amiga, pero si me preguntaban a mí, decía sin dudarlo que estaba con él.

Yo ya había decidido -por política de estado- que no volvería a avivar hombres en materia de besos. Las cosas funcionan mucho mejor cuando ellos toman la iniciativa. Sin embargo, hice todo lo que estaba a mi alcance y él aún me trataba de amiga. Me resigné. Estaban todos sus conocidos en la fiesta, quizás tampoco era el momento.

Pero se quedó conmigo. Vuelteámos por el boliche mirando las instalaciones, y la decoración, y blah, y jugando juegos, y bebiendo cerveza y más blah, sin siquiera tomarnos la mano. ¿Por qué era tan difícil? Nos salvó la única carta funciona en esos casos: bailar.

He de decir que no fue un cortejo vistoso, mucho menos elegante. La dinámica del movimiento desplazado, las manos tomadas y nuestra diferencia de estatura exacerbada por mis tacos eran una combinación desafortunada de factores. Por suerte la agonía no se extendió y luego de un par de canciones, nos besamos.

Y ahí todo empezó de nuevo.

Porque a veces los primeros besos son los peores, la saliva no tiene un sabor afín, no hay coordinación o química. Pero este no era el caso. Todo el boliche se apagó para dar espacio a un sinfín de sensaciones adentro del cuerpo. ¡Lo habíamos deseado tanto tiempo!

Se generó entre los dos un campo magnético y ya nos fue imposible soltar el abrazo. Desde el punto de la unión física de las bocas todo el flujo de sentimientos se agolpaba por salir. Eran besos contundentes, llenos de sentido y profundamente anhelados. Había amor de sobra entre los dos para avalarlos. Me preguntó si debía volver a casa, pero en ese momento él era mi casa.

Llevamos a un amigo suyo de vuelta, en un viaje eterno donde ya el sol nos saludaba. Luego fuimos a su departamento. Todo estaba como lo recordaba. Incluso aún colgaba en la pared un móvil que yo le había hecho cuando amigos. Bonita artesanía que se quedó a esperarme.


Hicimos el amor entre nuestras hormonas saturadas y el cansancio que traíamos. No quiso usar preservativo y, en un acto de confianza ciega, no lo exigí. Casi como si ser amigos nos eximiera de todos los riesgos biológicos de la situación. Dormimos por lapsos intermitentes, alternados entre sudor, amor y un perro que nos festejaba.


La energía del día siguiente nos la proveyó la dicha y no el sueño. Estábamos enamorados, extasiados, felices de habernos reencontrado bajo estas condiciones, listos para poder amarnos.

domingo, 27 de septiembre de 2015

Fantasías sapiosexuales

Porque ese nombre nos puso alguien que pensó que eso era mucho más cool que decir que te gustan los ñoños.

A mí me pasa desde antes de que surgiera esta palabra y ya me había resignado a que mis gustos en materia de hombres fueran un poco difíciles de entender. Pero por otro lado siempre tuve el beneficio innegable de que la competencia es mucho menor.

Ya de por sí, la figura de nerd en su versión más convencional, me resulta atractiva. Esos que discuten si es mejor Marvel o DC y tienen un blog sobre los últimos lanzamientos de tecnología, esos, ya me gustan. Imaginate cuando me citan dos o tres libros y tienen la capacidad de mantenerme atenta a su charla durante más de tres minutos. Flasheo, inmediatamente.

Hoy fui a una charla a la que me invitó una amiga. Aclaro esto porque, más allá de confiar en el criterio de ella, nada me movilizaba a ir: no tenía idea el tema ni el disertante.

Y fue amor a primera vista. Él era un funcionario público cuyo nombre no daré para no comprometerlo de ningún modo, pero diré que es el Ministro de Cultura de una provincia del interior. Yo ni sabía. Para mí era un cordobés (ups!) simpático que me hizo reír desde el minuto uno de su charla.

(El acento, el acento me puede.)

Con el plus de vestir muy bien: sport-elegante y con un swatch topísimo.

Cuando encima de esto –que ya me traía sonriente- se puso a hablar de definiciones de gestión cultural, sobre el festival internacional del teatro en Medellín y Regina Galindo, la controversial performer Guatemalteca, morí de amor.

Lo escuchaba y al mismo tiempo fantaseaba con nuestra luna de miel en Estambul (aunque sin casarnos, claro) y los domingos por la tarde viendo cine independiente Húngaro sin subtítulos. O simplemente acostarme en su regazo y escucharlo explicarme “qué tienen en común hormigas, neuronas, ciudades y software”. Éramos tan felices en esa vida paralela...

Luego pensé en qué decir. Esta parte siempre me resulta divertida. Tiene que ser algo memorable, para que luego, cuando le escribas por fb para pedirle que algún dato específico sobre la bibliografía que mencionó, pueda saber quién sos. Por ejemplo un excelente recurso es derramarle café encima en el recreo. O levantar la mano y preguntarle- frente a toda la audiencia- si es casado. (Feas abstenerse de esta última opción.)

Entonces sinapsis, y si es casado?? Lo peor peor peor de ser soltera a los 30 es que ya casi todos los que te gustan –miré su mano y lo confirmé- llevan un anillo en el dedo anular de su mano izquierda. Fuck.


Lo único que me queda es esperar. Total el divorcio es tendencia. Y como el contenido no es degradable como el envase, los sapiosexuales podemos esperar.

viernes, 25 de septiembre de 2015

Manifiesto amoral (o cómo mi vida fue mucho mejor cuando dejé de luchar contra mí)


Lo que me impulsó fue un profundo deseo de entender. Entender por qué sufría.

Me pasé mis primeros 15 años aprendiendo cosas que me tomó la misma cantidad de tiempo superar. Pero me siento afortunada, con casi 30 años, de conocerme un poco.

Ahora que me acepté, les toca el trabajo a los demás: el trabajo de también aceptarme. Por eso mi nuevo desafío es hacer lo que siempre hice pero comunicarlo de modo tal que la gente lo comprenda. Tienen que entenderme si deseo que me acepten.

Así que me explicaré.

Yo no creo en los valores. No creo en las escalas sociales que nos dividen en “gente buena, gente mala”, porque esto es en sí mismo, un juicio subjetivo y por ende, irreal.

Yo veo las cosas desde una perspectiva funcional. Percibo a la sociedad toda como un organismo. Si el universo entero es un fractal, por ende es lógico que seamos células de un cuerpo mayor.

Contemplo además la diversidad como componente fundamental en el equilibrio de este macro ser. No podría funcionar un cuerpo con sólo neuronas, o fibras musculares, o células hepáticas. Mi práctica de responsabilidad social consiste en reconocer mi particularidad y desarrollarla de un modo tal que sea útil para mi entorno.

También creo en la búsqueda del placer. El placer en el más amplio de los sentidos.
Considero que es el único mecanismo de percepción subjetiva que propone orientarnos. Nuestros sentidos jamás elaborarían separaciones entre los elementos que componen la realidad si no fuera por la dupla placer/dolor. Es el origen de todo, que  luego el hombre complejizó en un sinfín de elaboraciones mentales hasta crear proyecciones que llamó “bien y mal”.

Por eso creo en el placer y no en los valores. Porque me remito al origen.

Pero el placer, cuando tomado en serio, es una búsqueda tanto más compleja que la del bien. Porque buscar el bien consiste en ir tras una idea prestablecida. El concepto de “bien” es definido por alguien y luego avalado grupalmente. De ahí en adelante se persigue y ya. Como siempre surgen cosas que se interponen a este ideal, la lucha contra todo eso que definimos como “mal” dura por siempre y no hay espacio a cuestionar. Así hasta vamos hasta el fin del tiempo.

Buscar el placer, por otra parte, es como tratar de nadar en la corriente cálida en un océano siempre cambiante. Hay que ser dinámico y estar muy atento. Y por sobre todo, atreverse. El placer es un equilibrio delicado y sus componentes muy sutiles.  Requiere de años de muchísimo esfuerzo y autoconocimiento llegar a alcanzar cierta paz sincera con uno mismo, cierto placer real.

En nuestras vidas, todos alguna vez fuimos impulsados a dejar de lado los conceptos éticos e ir tras placer. Pasa que el campo operacional del hombre es complejo y encontramos a menudo resultados ambiguos.

Por ejemplo, obtuvimos placer  y luego descubrimos que nos hace profundamente infelices. O el resultado encerraba en sí mismo placer y dolor. O quizás implicaba placer para mí, pero dolor para otro, y por consiguiente no era absoluto.

La dificultad inmensa de obtener placer neto lo pone en el plano de las utopías.

Entonces las personas normalmente desisten, vuelven a las construcciones socio-culturales de bien/mal y buscan enmarcar sus comportamientos en algún orden que les resulta lógico a fin de no hacerse más daño. Claro que tampoco son felices, pero se sienten más seguros.

No somos felices aquí, ni allá, ni en ningún lado. No somos felices sin barreras, no somos felices con estructura. Como no comprendemos, nos desconectamos  de nuestro sentir, nos ponemos en piloto automático por el resto de nuestras vidas. Enchufados a un televisor, tomando psicofármacos o siendo adictos al trabajo: cada quién encuentra su modo.  Mientras menos sepamos qué sucede adentro, tanto mejor. Y ahí sí que nos perdemos... porque ya ni siquiera sabemos dónde está el placer, nos quedamos sin rumbo ni brújula.

De todos modos, esto de desconectarse de uno mismo aplica y funciona bien  para mucha gente. Pero les cuento que las personas altamente sensibles no tenemos esa opción. Como sea que intentemos huir, nuestros sentimientos corren con nosotros. Tratamos de taparlos y gritan con más fuerza. Llegamos a instancias autodestructivas, porque queremos deshacernos de esa parte de nosotros mismos que nos perturba y no sabemos moderar. Sufrimos con muchísima pasión. Algunos, en su intento desesperado por equilibrarse, deciden amar el sufrimiento.

Otros decidimos que tiene que haber salida y la buscamos a través de entender. Entender por qué sufrimos.

Mi primera hipótesis fue hacer lo que quería, comportarme a mis anchas sin tener en cuenta a nadie más. “Hago lo que quiero entonces soy feliz”. Pero no podía ser tan sencillo, no funciona así. Mi tesis acabó en relaciones desastrosas, arrolladas por mentiras y engaños, amores de novela trágica que se repetían sin final. Ni hablar lo que lloré.

Comprendí entonces el funcionamiento de este organismo suprapersonal, invisible a nosotros por una cuestión de escala. La compasión es el plural de mi sentido personal del placer. Cuando hago daño a alguien sufro porque estoy conectada a esta persona a través del macro organismo. La compasión no es un valor, es el placer conectado a lo que me rodea. Y es tan real como el dolor que siento cuando ignoro este factor.

Eso fue esclarecedor: tengo que hacer lo que quiero, pero de un modo que no haga daño. De otra forma, el placer obtenido es incompleto.

Pronto fue evidente también que no sabía lo que quería para mí. La búsqueda del placer era sencilla cuando se trataba de mamar o morir. Pero luego de que nos llenaran la cabeza con ideas de otras personas sobre cómo las cosas deben ser, estamos tan confundidos que ni sabemos qué es eso que interiormente anhelamos. El placer requiere de autoconocimiento del bueno, saberse de veras, poder mirar debajo de nuestros autoengaños. Además fuimos programados para ignorar nuestros deseos, cómo hacer para reconocerlo de nuevo?
Descubrí entonces el  problema de la estandarización, impulsado principalmente por nuestra querida sociedad de consumo. Todos buscamos algo, y cuando no sabemos qué es, allí encontramos alguna publicidad oportuna que te promete que comprando esto sos feliz.

Es un asunto ridículo cuando le ponemos un poco de luz. Todos somos plenamente diferentes, por qué entonces tenemos una cultura que avala y promueve el estándar?  Sin dudas el peor legado de la era industrial -mucho más grave que la polución ambiental- es la idea de la producción en serie. Y la producción de un consumidor seriado para esos productos.

Lo que quiero decir es que no tiene sentido intentar ser iguales, en nada. Somos diferentes y tendríamos que celebrarlo, porque es lo que hace posible que alguien sea feliz ocupando cada uno de los roles que es necesario cubrir para que funcionemos como sociedad.

Entendiendo esto, no sólo te respeto en tus diferencias, si no que te agradezco que seas quién sos y te invito a que profundices en tu individualidad para que todos ganemos.

Con ese mismo amor y respeto, busco abrazarme.

Ya sé, se suponía que eran notas graciosas y eróticas, y hasta acá parece más un tratado de filosofía biológica. Pero reitero que el fin de mis acciones también incluye en que sean comprendidas, y si no me presento quizás haya elementos que no parezcan coherentes en mis historias.

Ahora que ya saben, que ya entienden la lógica algorítmica con que tomo mis decisiones, les prometo que leerme será mucho más interesante. No soy una ninfómana manipuladora bipolar. O quizás lo soy, pero en ese caso, lo soy con toda mi alma. Y es algo muy válido.

Escribo estas cosas porque me parece más divertido que hacer terapia y también, como célula, guardo la esperanza de que mis experiencias le sirvan a alguien más. (Es un sentido evolutivo de permanencia, se los cuento otro día).

Soy una mamá, soy amante, soy una turra, soy amiga de todos pero primero de mi misma. Soy una persona inquieta y curiosa de la vida. Soy una mujer de verdad, con cosas gloriosas y nefastas. Tengo estos sentimientos feroces que por momentos me ensordecen y otros días me llenan de sentido. Son los que me tocaron, y estoy hago con esto lo que mejor puedo.

Me encanta la exposición y el juicio, especialmente cuando sé que es porque estoy tocando un punto sensible del otro. Me gusta conectar con el otro, como sea que sea.

Les presento mi búsqueda de la verdad y el placer, y se las presento con cierta belleza (me gusta pensar que eso me hace un poco artista).


Bienvenidos a mis crónicas, relatos breves de episodios ridículos que me acompañan en mi devenir cotidiano. Espero que mi vida les guste tanto como a mí.